Reflexión:
A través de esta experiencia de escritura colaborativa con mis
compañeros pude entender que no es nada fácil
trabajar en grupo, y menos en un cuento. Aunque hubo veces que odiaba hacer
esto y no tenía ganas de seguir, me gustó
la idea de intentar hacer algo diferente.
Al principio cuando nos dijeron
con quienes íbamos a trabajar había algunas personas que no me gustaban. Pero
no me importo porque tenía que intentar no podía ir a quejarme, tampoco pretendía
eso, porque capas en el transcurso del cuento cambiaba de opinión. Una de esas
personas me sorprendió, porque yo pensé que no iba a escribir nada y que no iba
a comentar ni nada, pero al final termino siendo distinto porque me di cuenta que es el mejor
que escribe en el grupo, aunque se conectaba re poco para escribir, nos salvó
en muchas ocasiones y a él fue el que se
le ocurrió la idea principal. Así que finalmente lo juzgue mal y me equivoque con respecto a decir que no me
gustaba que este en el grupo, porque termino siendo uno de los mejores. Con respecto a la otra persona que dije que no
me gustaba que este en el grupo, tuve razón, yo pensé que me iba a terminar
cayendo bien como paso con el otro, pero no todo lo contario, no se conectó
nunca, y no me molesto tanto eso, me molesto que ni siquiera comento nada, ni
acera de la historia, ni de los personajes, nada. Hubo otras dos personas a las
cuales estaba agradecida que me toque con ellas, una de las chicas yo pensaba que iba hacer todo lo mejor, y la otra
pensaba que iba hacer poco pero igualmente estaba agradecida porque era mi
amiga. Finalmente la que creí que iba hacer todo, no se conectó nunca, no escribió
nada, solo ayudo con la historia, y la
otra persona que creía que n iba hacer nada término ayudándome un montón. Conclusión,
que juzgue a todas las personas mal excepto a una.
Con respecto a mí, yo participe mucho, pero en la mayoría de las cosa
que yo participe estaban mal, lo que pasa es que a mí me encanta escribir pero
no soy nada buena haciéndolo, pero igual hubo más personas que me ayudaron mucho también. Es no enfrentaron varios
conflictos, siempre eran los mismo, era la fecha de entrega y no teníamos nada,
ya pasaron dos veces que lo tuve que terminar un día antes yo y con ayuda de
una persona. Aunque como dije todo lo que escribí estuvo mal, y había que corregir
todo, solo había que dejar el principio lo demás había que cambiarlo, así que ahí
deje que lo haga otra persona y estuvo todo bien menos el final. Para el final
de la historia, quedamos que lo terminara una persona para levantar la nota ya
que no había hecho nada, esa persona lo hizo el final pero estaba mal, así que
lo termine yo pero no sé si está
bien o mal. M e gusto mucho hacer este
trabajo, a pesar de algunos conflictos, ya que aprendí muchas cosas
y fue muy divertido. Estaría bueno hacerlo alguna otra vez, pero
intentar con otras personas.
El santo de mi vida
Acá estoy
yo, paralizado frente al astillado espejo que cuelga de un fino hilo de la
punta de un clavo, ya no sé qué hacer con mi vida: el santo que tengo
acá en mi casa no da señales, y la pobreza me está comiendo vivo.
Las ofrendas que le doy al santo de la
Iglesia San Ramón Nonato no dan resultado, parece que ni al santo le importa mi
vida…
Mi vida está vacía, sin familia ni amigos…
Lo único que me queda de mi familia es este collar de la suerte en forma de
carta. Pero yo sigo teniendo fe. Soy tan desdichado que le hablo al espejo como
si éste me pudiera responder. Estoy vacío, la vida no tiene sentido y estoy
avizorando un futuro de miseria y de disgusto. Necesito dinero y por él soy
capaz de hacer lo imposible.
Ya estoy rendido ante mis pensamientos, todo
es inútil y ya no sé qué hacer… La única solución posible, aunque
no la desee, es el robo. El robo es un delito, ya lo sé, pero no hay más
opciones, la solución es única, otra opción no hay.
Pensé por horas qué podía hurtar, pero no se
me caía una idea: un auto, un secuestro… No eran muy buenas opciones ya
que llamarían mucho la atención de la policía...
Ya es domingo. Estuve toda la noche sin
dormir ni sentir el más mínimo cansancio. Como era mi costumbre, exactamente a
las doce tenía que ir a la iglesia a otorgarle ofrendas al Santo.
Salí de mi pequeña casa, hoy el día es
distinto a todos los días en Tucumán, está como más ventoso y más frío,
me parece raro que haga tanto frío en mayo, ni me quiero imaginar
lo que será este invierno… El lugar sigue igual que siempre: con
mucha basura y lleno de todo tipo de olores nauseabundos.
No me importa el frío que tengo. Camino
hacia la iglesia observando con atención el pueblo. Monteagudo para mí es una
de las ciudades más lindas de Tucumán, lástima que yo vivo en este pueblo, que
es uno de los más pobres de por aquí: es pequeño y está lleno de
casas precarias como la mía, unas pegadas a las otras. No tenemos
un centro grande, solo un supermercado. Sin dudas, lo más
importante de lo poco que tenemos es la iglesia: San Ramón Nonato, a la cual
voy todos los domingos.
De pronto empieza a lloviznar, me quedo
parado mirando cómo el cielo se va llenando de nubes hasta quedar si una
sola luz del sol. Agarro mi collar de la suerte y miro otra vez al cielo
pidiendo por favor que este día sea especial, que se me ocurra algo para vivir
mejor.
Llegó a la iglesia, sigue lloviznando, me
paro en la puerta y saludó amablemente al policía Juan Quiroga. Es un hombre
alto y barbudo, muy creyente y siempre cuida la iglesia los domingos.
Entró aliviado, afuera hace mucho frío, camino por los anchos y rojizos
pasillos de la iglesia. Entonces, lo veo: gigante, majestuoso… Pienso: “Debe
valer una fortuna”.
El santo es de madera, está total e
increíblemente decorado… Tengo que admitir que, a pesar de que
vengo todos los domingos, jamás había reparado en él.
Ya estoy de vuelta en mi casa, bueno... en
este amontonamiento de chapas rotas y maderas podridas, y tengo mucho frío…
Pero ya conozco mi objetivo, lo único que me falta es encontrar la
manera de robarlo.
Ese santo sería mi salvador después de todo…
Sé que no es el santo al que le dejo ofrendas pero al menos tendré un santo que
estuvo en la iglesia. Y siento que me va ayudar, que será el que me otorgue una
vida digna para un hombre de Monteagudo.
Después de muchas horas pensando cómo iba a
robar el santo, me rendí y decidí improvisar, sin tener un plan muy ingenioso.
Como mañana es lunes, no creo que haya mucha gente, y creo que Juan, el
policía, no trabaja los lunes… Ya me decidi, lo voy a hacer…
Creo que son las diez de la mañana, y recién
me despierto: el rayo de sol me da justo en la cara, estoy tan cómodo y
calentito que casi se me olvida lo que tengo que hacer, entonces me despierto
rápido y salgo.
Hoy el
día no está como ayer, hoy el cielo está despejado y no hace frío, así
que camino tranquilo y despreocupado.
Ya es la hora, tengo que hacerlo, estoy en
la puerta y no veo a nadie, así que decido entrar. Recorro el mismo camino que
hice ayer para encontrarlo: ahí está, en el mismo lugar, observo que no haya
nadie y lo agarro… Y entonces veo que detrás del santo está la limosna
guardada, así que también me la llevo.
Con las dos cosas no puedo. Decido guardar
el santo abajo de mi remera pero no me entra, entonces tengo que llevar las dos
cosas entre mis manos, cosa que es muy difícil. Cuando salgo, accidentalmente,
se me cae el santo al piso y escucho gritos. Me doy vuelta: es Juan
Quiroga, el policía. No tenía ni idea que trabajaba los lunes...
Entonces, levanto al santo rápidamente y
empiezo a correr como puedo, intentando que no se me caiga nada… Juan jura que si no le devuelvo el santo me mata.
Ya había perdido al policía cuando veo un
colectivo a punto de avanzar en la parada,
me trepo rápidamente y me siento en el fondo pensando en lo ocurrido. Siento que la gente no hace
otra cosa que mirar al santo.
No sé qué hacer con mi vida, solo
tengo el santo y la limosna.
Es increíble, la única vez que el dinero no
me falta, no me siento bien, siento que la culpa es más pesada que el santo y
la lucha por escapar de ahí.
El autobús avanza como las horas, sin saber
siquiera hacia donde me dirijo, la gente sube y baja y yo permanezco inquieto
en el mismo asiento. Mi vida pasa ante mis ojos, todos mis logros y fallos, mis
buenas acciones y las malas. Mi vida será diferente a partir de ahora, no
tendré los problemas económicos que me venían atormentando, seré, de una manera
u otra, un hombre feliz.
El autobús avanza y me entero por el altavoz
que me dirijo hacia Buenos Aires…
Llegué hace dos horas a la terminal de
Retiro y hay mucho más movimiento que en Tucumán. La gente va apurada por todos
lados y me veo totalmente fuera de lugar.
Camino
lentamente hacia la salida cuando un hombre me toca el hombro
-Hola, soy Edgardo Salgado, Jefe del club de
arte de Palermo.- ¿Me está hablando a mí? ¿Porque un jefe del club de arte de
Palermo me hablaría a mí? La verdad no se aparenta como un jefe pero lo sigo
escuchando atentamente.- Veo que llevas contigo una pieza muy interesante, ¿es
tuya?
Me quedo callado por unos segundos sin
responder.-Si, la estuve haciendo en Tucumán y quería ver si tenía éxito acá en
Buenos Aires.- respondí con miedo de que no me creyera ¿y si era una trampa?
-El éxito no llega solo- me dijo - y yo te
puedo ayudar. Ven a mi oficina el jueves al mediodía y discutiremos
condiciones. ¿Te gusta la idea?
-Claro
que sí- dije sorprendido.
El señor se aleja y yo me quedo estático,
como no soy artista y no tengo la menor idea sobre el tema no sabía qué decir
en la reunión, pero sí sé que esto puede cambiar mi vida.
Estoy durmiendo en la plaza San Martín donde
me preparo para el Jueves, que será, seguramente, el día más importante de mi
vida…
Llegado ya el gran día estoy un poco
nervioso, voy por la avenida Santa Fe hacia la oficina de Salgado. Transpiro
mucho, debe ser producto de los nervios.
Llego al edificio, las grandes columnas y
ventanas me hacen sentir presionado pero no le doy importancia y subo al
ascensor, marco el piso 35 y subo directo a su oficina con el santo entre las
manos.
Salgado me esperaba con un banquete de
bienvenida, era claro que se interesaba en “mi obra”. Me invita amablemente a
sentarme en su escritorio y me cuenta su propuesta, que consistía en exponer el
santo en el Malba y esperar por un comprador, él se quedaría con una parte del
dinero de la venta. Me pareció bien la oferta , la acepté y le entregué el
santo que sería puesto inmediatamente en exposición.
Pasaron
algunos días y cuando voy a la recepción del hotel me dicen que tengo una
carta. La leo y es de Salgado, me está diciendo que encontró un comprador para
el santo que quiere cerrar el trato lo antes posible.
Paro un taxi en la esquina y me voy hacia el
imponente edificio en el que se encuentra la oficina de Salgado. Allí marco
nuevamente el piso 35 y llego a destino.
El
comprador era el brasileño Paulo Da Silva, un admirador del arte religioso
popular muy conocido en el mundo, a quien yo, un hombre pobre de Monteagudo, no
conocía.
La oferta
era clara: ofrecía un millón y medio de dólares por el santo.
Hablo con Salgado a solas y opina que la
oferta es conveniente. Él se quedaría con medio millón y yo disfrutaría del
millón restante.
La transacción se realizó sin problema
alguno y cada uno retomó su vida... Ahora ya no soy un pobre tucumano, sino un
millonario que puede disfrutar de su actual fortuna.
Con el
tiempo me compré una casa y aprendí a manejar, conseguí importantes inversiones
de las cuales podría vivir mucho tiempo.
Esto ya no daba para más, ya estaba cansado
de ver todo tan arreglado y perfecto. No estaba, acostumbrado a tanto lujo,
tanta plata. Mi cabeza no paraba de dar vueltas, no podía dejar de torturarme.
La pobre iglesia sin su santo, las personas creyentes como yo sin un santo. Fui
muy egoísta.
Comienzo a pensar que hay que darle un fin a
todo esto, mañana mismo parto para Tucumán. Pensándolo bien, vivir “bien” no
era para mí. Mientras hacía la valija, mi mente entraba en un vaivén de dudas,
mi cabeza explotaba. Era como si tuviera dentro una pelotita rebotando,
diciendo en un lado “si” y en el otro “no” continuamente. No obstante, mi decisión era muy firme
no voy a renunciar, voy a hacer lo correcto. Diré la verdad.
Camino hasta el Malba, pensando como será mi
vida ahora que voy a decir a verdad. Entro,
saludo a todo el personal amablemente porque ya me conocían, llego a la oficina
de Salgado y lo veo a él hablando con Juan Quiroga ¿Que hace acá él? Me
agacho para que no me vean e intento escuchar algo pero como soy tan tonto me
caigo, haciendo un ruido enorme. Me vieron ya no sé qué hacer. Entonces salgo
corriendo lo más rápido que puedo, Juan me está persiguiendo, ya no puedo
más me canse, sin embargo veo una tienda y sin pensarlo me meto. Por
suerte Juan no me vio y siguió corriendo, espero unos minutos para estar seguro
de que no esté salgo miro para todos lados y no veo a nadie. Con mucho miedo
voy corriendo hasta mi casa.
Dormí con mucho miedo pensando en qué
estaría pasando. De la nada, tocan el timbre, abro la puerta y desgraciadamente
era un policía, pero no era Juan. No sé qué hacer si correr si cerrar la puerta...
-¡Vos no te vas a ningún lado!-me dice,
intento escapar pero no puedo, y me agarro con mucha fuerza y me puso las
esposas.
Entré en una especie de trance a partir de
ese instante, no recuerdo como llegué a comisaría pero ahí estaba. Sentado delante
de una policía gorda, que me ametrallaba con un montón de preguntas que me
aturdía. No entendía nada, contestaba automáticamente todo, no me pregunten que
dije. En un momento me quedé más solo que nunca la policía se fue, pero todavía
no entiendo cómo me descubrieron, yo no dije nada. Como me encantaría que mi
santito estuviera acá conmigo, para sacarme de este calvario. Me puse a rezar,
para que me ayude una última vez:
-¡Dale, che ya no te pido más nada!-.
Desesperado apoyé con tristeza mi cabeza en la fría mesa, esperando que algo
suceda. Lo único que sucedió fue que apareció un policía. Y me explico todo, al
parecer todo esto fue un plan para atraparme. Salgado era un viejo amigo de
Quiroga y planearon todo esto, cuando Quiroga me vio subir al micro
inmediatamente llamó a Salgado para que vaya a retiro y para que me
mienta con lo del Santo. Hicieron todo esto para ver si yo decía la verdad,
pero al final les termine mintiendo a todo el mundo. Conclusión que no existe
ningún Paulo Da Silva que le interese el santo, me pagaron pensando que yo no
aceptaría tanta plata y diría la verdad, pero no porque soy un egoísta y mentí.
El Santo ya está en la iglesia San Ramón Nonato, lo llevaron ni bien lo
entregue.
-Ahora estás condenado a 4 años de prisión,
por robar el santo y por mentir sobré el robo.-me dijo el policía.
Cuando escuche 4 años apenas intenté hablar
pero perdí el conocimiento.
Me desperté en una cama de un
hospital, me sorprendí al ver que a mi lado estaba Juan. Ahora entiendo
que todo esto lo planearon para quedarse con el santo y matarme de una vez.
Juan me dijo que ni bien me recupere me mandan a prisión. Esas fueron las
peores palabras en mi vida que escuché. Con eso digo todo, mi vida ahora esta
arruinada por completo.
Aversano Malena - Burruchaga Ignacio - Carnecky Ramiro - Delgado Lucia - Pedernera Roció